Hace medio siglo un grupo de aventureros colombianos que aspiraban a subir al poder y a hacer su agosto, declaró la guerra a la ley. Prometieron a sus compatriotas: apoyen a nosotros y vivirán en abundancia y libertad. En los primeros momentos, auto-llamándose revolucionarios, ellos supieron de veras ganar la confianza de los habitantes ingenuos de zonas remotas. Pero actuaron artera y cruelmente. Arrebatando tierras y casas de personas más acomodadas, entregaban parte de lo saqueado a sus vecinos más pobres. Y las víctimas de la violencia que lograban escapar, se veían constreñidas a abandonar sus hogares y a huir lejos, las más de las veces, a países vecinos, donde les esperaban una vida dura, falta de derechos y pobreza. El número de refugiados forzosos pasó de dos millones. Con cada año que pasaba, las FARC, con cada cabecilla nuevo, se volvían más crueles, más vengativas y más ansiosas de lucro.

Los extremistas alternaban choques con el ejército gubernamental con actos de enriquecimiento a cuenta del narcotráfico, pues resultaron ser muy hábiles en el “cultivo” de plantas narcóticas. Tanto más cuanto que contaban con un ejército de cautivos, incluidos los niños. Atacadas por las tropas gubernamentales las FARC reculaban, montando provocaciones en grandes ciudades y tomando rehenes entre civiles, soldados y policías. Unos de ellos fueron pasados por las armas. Por otros, familiares acomodadas pagaban un jugoso rescate. Entretanto, todas las exhortaciones del Gobierno a iniciar conversaciones de paz y a cesar la violencia se negaban con descaro. Si a veces las autoridades atinaban a persuadir a los bandidos de la selva a dialogar sobre la tregua, todo terminaba en un fracaso.

Y de repente ayer llega una nueva sensacional de Bogotá: las FARC suma adhesiones a su estrategia de infiltrarse en la política colombiana. La causa de tal iniciativa es única: cansados de reveses castrenses y de acusaciones justicieras de saqueos y violencia, los extremistas pretenden cumplir un papel nuevo, de políticos, que lleven el país por la vía de un desarrollo económico acertado y convierta a la población en los latinoamericanos más prósperos. Por extraño que se parezca, el primero en atender estas promesas fue el Presidente de Bolivia Evo Morales, quien aprobó inesperadamente la idea de transformar las FARC en una fuerza política. Sus colegas en otros países no dieron crédito a los que luchan contra su propio pueblo. Para los propios colombianos las invenciones de los teóricos de las FARC no son sino mera charlatanería con el fin de guardar lo “conquistado” y saqueado por medio de la fuerza y el engaño. Y la transformación de las FARC en una fuerza político-económica pacífica no es sino una aventura política. La reciente puesta en libertad de diez soldados y policías después de un largo cautiverio para muchos no dice nada de un cambio positivo en el grupo. Pues, inmediatamente después de este acto, uno de los destacamentos de las FARC montó una matanza de soldados jóvenes.

De modo que la participación, planifica en el “estado mayor” de las FARC, de los asesinos de ayer en las manifestaciones convocadas por el Movimiento Marcha Patriótica, no cambiará nada. Los verdugos siguen siendo verdugos. No en vano en la reciente Cumbre de las Américas el presidente de Colombia Juan Manuel Santos prometió a sus colegas “un proceso de paz en cuanto se den las garantías mínimas en su país”. Creo que el país necesita bastante tiempo para que la idea de la paz del jefe de Estado se haga realidad.

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New Counsel.