Creen que lo más adecuado sería hacerlo a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS),  ya que cumple prácticamente con la mayoría de las condiciones de un vuelo interplanetario real.

El primer experimento en el marco de este proyecto se llevó a cabo en el Instituto de Problemas Biométricos en Moscú, hasta noviembre pasado. Tres rusos, un francés, un italiano y un chino pasaron quinientos veinte días encerrados dentro de una réplica de nave espacial, instalada en tierra, sin contacto alguno con el mundo externo. Los expertos calificaron esta experiencia de sumamente útil señalando que los datos obtenidos servirán para preparar futuras expediciones interplanetarias.

Al mismo tiempo, es obvio que en un vuelo real los astronautas se enfrentarían a factores nocivos que no experimentaron durante el simulacro terrestre, como la ingravidez y la radiación. Los rayos radiactivos afectan el ADN, el cristalino y la retina del ojo, el cerebro y el sistema nervioso, lo cual puede provocar errores graves de pilotaje. La ingravidez, a su vez, puede llevar a importantes pérdidas de calcio en el organismo del astronauta y, por consiguiente, a una menor densidad ósea. Un experimento a bordo de la Estación Espacial Internacional ofrecería datos más fehacientes sobre estos problemas, pero mucho depende de la posición de la agencia espacial rusa Roskosmos, afirma el director del proyecto, Borís Morukov:

—Hemos formulado y enviado nuestras propuestas. Se requiere voluntad para tomar la decisión y preparar un programa concreto comenzando por los entrenamientos. Nos convendría cualquier opción de trabajo. Estamos dispuestos a trabajar solos y a hacerlo todo con nuestras propias fuerzas. Pero si hay cooperación internacional, mejor todavía.

Lo ideal sería aprovechar para el nuevo experimento el módulo ruso que se enviará a la EEI dentro de pocos años. Hay que empezar ya a prepararlo para esa labor, opina Borís Morukov. Los problemas van a ser muchos. Aún no está claro cómo arreglar el tema de las comunicaciones:

—El acceso a las comunicaciones es todo un problema, si tiene que ser diferente para las dos partes de la tripulación. Y al mismo tiempo creo que todos deberían participar en el servicio de la estación. Necesitamos cambiar el algoritmo de manejo del conjunto orbital. Darle más independencia, lo que no es nada fácil. Y alargar las misiones de vuelo.

El proyecto es técnicamente difícil, afirma el columnista de la revista Novedades de la astronáutica, Igor Lísov:

—Habrá que separar un segmento de la estación y dejar allí a un grupo de astronautas por un tiempo bastante largo en total aislamiento del resto de la tripulación. Su compartimiento deberá estar dotado con todo lo necesario. Igual que el resto de la nave. Técnicamente es posible hacerlo. Pero el sistema quedará sin reserva. Ahora sus componentes son mutuamente reemplazables. Si se daña el retrete en el segmento estadounidense, usan el nuestro y viceversa.

Los quinientos días de vuelo no deben constituir ningún problema. El astronauta ruso Valeri Poliakov duró en árbitra cuatrocientos treinta y siete días sin ningún daño para su salud. Sería lógico dividir la tripulación de seis personas (que es la capacidad máxima de la estación) en dos partes: los tres primeros trabajarían en régimen habitual y los tres restantes en el proyecto Marte-500.

Según afirma el director del Instituto de Problemas Biométricos, Ígor Ushakov, los socios de Rusia en la Estación Espacial Internacional entienden la importancia de la fase orbital del simulacro de vuelo a Marte. Hay esperanza de que estos experimentos se lleven a cabo antes de la expiración del plazo de servicio de la estación en 2020.

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