Tatiana Zaviálova
En esta muestra, dedicada al bicentenario de la victoria de Rusia en la guerra contra la Francia napoleónica, participaron once museos y organizaciones artísticas, así como coleccionistas privados.
Banderas y estandartes, armas y uniformes, órdenes, medallas, y claro está, magníficos lienzos de batallas guían al visitante de batalla en batalla por las “guerra moscovita-parisina de 1812-1815”. La exposición reúne los retratos de todos los protagonistas de aquella contienda: Michael Andreas Barclay de Tolly fue el primer comandante del ejército ruso; el príncipe Bagratión, también comandante, quien fuera mortalmente herido en la batalla de Borodinó, en la que se decidía el destino de Moscú; el mariscal de campo Kutuzov, quien venció a Napoleón y expulsó sus tropas de Rusia. Y, por supuesto, dos emperadores: “el conquistador de Europa”, Napoleón, y el zar ruso Alexander I, liberador de Europa.
La exposición también incluyó antiguos mapas y grabados, que ilustran cómo transcurrieron las acciones bélicas en Rusia. Napoleón contaba con una rápida victoria. El ejército ruso era pequeño, mientras las huestes francesas contaban con casi seiscientos mil unidades, el ruso llegaba apenas a las ciento ochenta mil, con pocas victorias a sus espaldas. Además, Napoleón desarrolló en Europa una estrategia exitosa: le imponía al enemigo una batalla definitiva, y tras vencerle, a su oponente no le quedaba más remedio que tornarse en su aliado o capitular. En Rusia Napoleón tuvo que esperar por esa batalla prácticamente tres meses. El ejército ruso retrocedía lentamente, combatiendo. La batalla definitiva tuvo lugar en las inmediaciones del poblado Borodinó, cien kilómetros al oeste de Moscú. Sobre el significado que tuvo esta batalla, la más sangrienta del siglo XIX, nos relata Guennadi Gotóvtzev, miembro de la Unión de descendientes de los participantes de la batalla de Borodinó:
—Esta batalla quedó en la memoria hasta de Napoleón, - acertó el escritor. – Durante su destierro en la isla de Santa Elena, él dijo que los franceses merecieron la victoria, pero los rusos se ganaron la fama de ser invencibles. Es más, cuentan que cuando las tropas de Napoleón capturaban prisioneros con la Cruz de San Jorge, y cuando les preguntaban cómo la habían ganado, respondían “Por la batalla de Borodinó, Napoleón los dejaba libres. Los franceses se atribuían a sí esa victoria, ya que ellos entraron en Moscú.
Más pronto tuvieron que abandonar la capital rusa sin glorias. Según Andrei Buróvski, “la campaña rusa no se desarrolló según los esquemas habituales para Napoleón”:
—Napoleón tenía un plan muy claro de su guerra con Rusia, un plan preparado minuciosamente. Pero para él resultó sorpresivo el hecho de que el avance de sus tropas resultó mucho más lento que lo planificado. Y al entrar en Moscú, no obtuvo nada. Eso fue un fiasco total, porque en todas las ciudades europeas siempre quedaba al menos un grupito de personas que le ofrecían las llaves de la ciudad. Pero Napoleón entró en una ciudad totalmente vacía. Y eso no estaba planificado por nadie.
Napoleón no solo no recibió las llaves de la ciudad, sino tampoco ofertas de paz. El ejército francés tuvo que abandonar Moscú (cuentan que los soldados se comieron a todos los cuervos, a falta de alimento) y se dirigió al sur, dinamitando el Kremlin y el monasterio de Novodevichi. Fuerzas superiores conservaron la ciudad: los franceses se retiraban bajo una lluvia torrencial y las mechas se apagaron.
Resulta simbólico el hecho de que la exposición “Inolvidable época...”, haya sido dispuesta en el Manezh, la sala expositiva central de la capital, en las inmediaciones del Kremlin. Este edificio fue construído para celebrar el quinto aniversario de la victoria sobre los franceses, en 1817. El célebre ingeniero Agustín Betancourt diseñó una sala cubierta única, que permitía desfilar a todo un regimiento. El diseño arquitectónico del Manezh se debe a Osip Bove, quien durante la Guerra Patria de 1812 integró las milicias, como tantos compatriotas.
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